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"QUE LOS CHICOS SE DIVIERTAN..."

En la actualidad, para muchos padres la diversión es el valor central en la educación de los hijos y todo se subordina a ella. Sin embargo, “chicos divertidos” no es siempre sinónimo de “chicos felices”.
En la época de nuestros abuelos inmigrantes, el esfuerzo era el mayor valor, de modo tal que sólo era bueno y valioso aquello que se había conseguido a través del sacrificio personal. Poco tiempo quedaba para disfrutar, para el placer y el buen vivir. Hoy, en cambio, sólo es bueno lo que es divertido y la diversión se ha convertido en el mayor valor.
Así, los padres tenemos terror a que nuestros hijos se aburran. Inclusive nos acercamos al colegio porque “no le va bien en matemática”, pero la culpa es de la maestra que enseña de manera “muy aburrida”.
Comienzan a edades muy tempranas con programas recargados de elementos, cumpleaños con banda musical, animadoras, disfraces, tortas, piñatas, souvenirs, pinturas y catering diverso. Si no ponemos todos estos condimentos, los chicos no se divierten.
Tampoco alcanza con invitarle un amigo, le invitamos quince, hacemos un pijama party, con colchones en el piso, películas y pochocho. No importa que tengan apenas cuatro años, así es “más divertido”.
Para peor, todo es contagioso y competitivo: si Pedrito invitó a quince, mi hijo va a invitar a dieciocho, para no ser menos, y que el programa de él sea el más divertido, y yo el papá más piola.
Además, con una televisión sola en el hogar no alcanza, tiene que haber por lo menos una por miembro de la familia, para que no se peleen, si es posible una en cada cuarto. A esto se le suma la computadora, la PlayStation y el reproductor de MP3.
Para cuando nos queremos dar cuenta, entran en la preadolescencia. Y, entonces, si el programa no es de noche, es aburrido; si no hay música, luces y disc jockey, “es un papelón”. Si están los grandes cerca, es “un quemo”; si no hay adultos, “mucho mejor”.
En la adolescencia aparecen toda la carga sexual, la invasión del alcohol (porque sin alcohol “no es divertido”), las fiestas hasta cualquier hora, una atrás de la otra e incluso durante la semana cuando empiezan las fiestas de egresados. Como frutilla de la torta, el viaje de egresados y la fiesta en el boliche, un permiso para la “diversión total”, y un consentimiento explícito de los padres a estar ausentes, porque lo importante es que los chicos se diviertan.
Tal vez, de tanto buscar que se diviertan, nos hemos olvidado de que el verdadero sentido de la educación, el mismo que el de la vida, es ser felices, y esto es mucho más profundo, complejo, completo y trabajoso que la mera diversión. O tal vez, y sólo tal vez, tanta diversión esconda nuestra profunda tristeza, nuestro vacío existencial y estemos formando una generación de hijos divertidos, aunque sin rumbo y sin modelos a imitar.
Padres presentes, amantes y seguros formaremos hijos felices, que sabrán divertirse sanamente cuando corresponda, experimentando una profunda alegría de corazón con una diversión que plenifica. Padres inseguros, ausentes e inmaduros formaremos hijos divertidos, pero con una tristeza de corazón que no les permitirá experimentar la verdadera alegría, haciéndose eco de una diversión de masas que despersonaliza, vacía y, a veces, mata.
Elegimos, con mi mujer, educar a nuestros hijos en la felicidad, en el esfuerzo, en la aceptación del dolor, en la sana diversión, en la responsabilidad, en la alegría. Elegimos ser padres responsables, ejercer nuestra autoridad con entusiasmo, permanecer fieles a lo que creemos valioso para nuestros hijos, aunque a veces duela. Elegimos educar, y eso no siempre es divertido. Tal vez tengamos éxito, tal vez no. Sin embargo, estamos seguros y entusiasmados porque queremos educar hijos felices.
(Por Eduardo Cazenave, miembro del Equipo de la Fundación Proyecto Padres)

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